Mientras caminaba de la escuela a casa,
justo al voltear la cabeza para mirar el semáforo, alcance a distinguir entre
la multitud de personas que transitan por la avenida más grande de la ciudad,
una pequeña rosa que, opacada por el peso del día, sucia por el polvo de la
tierra, marchita a causa de la deshidratación acumulada, imperceptible a la
vista de los otros por su repulsiva apariencia…, con sus pétalos deshojados
acariciaba el piso, pero al fin era una rosa o lo fue acaso. Bien sé que, en
algún momento, tuvo la misma oportunidad de florecer y fulgurar con toda la
potencialidad de su ser, y participar de su belleza innata y única, a todos en
derredor suyo, pero, algo determinó el ser cortada, arrojada en el piso de la
calle, y por tanto, destruida en su individualidad.
Es verdad, vivimos en una sociedad, construida por
nosotros mismos, hecha para los más fuertes. Y, lo mismo que pasa con la rosa mencionada,
sucede hoy en nuestra sociedad ante el reconocimiento del otro. Si no se
presenta algo atractivo y con valor agregado no causa interés. No obstante, la
alteridad posee una individualidad única, que debe ser reconocida como una
unidad en la pluralidad. Y partiendo de ahí como algo vitalmente importante, apreciar
su maravillosa riqueza, valorar su proporción, figura, ritmo, aspecto, forma,
etc., y no desecharle como atisbo inservible: ¿de qué sirve hablar de
diversidad cultural, si, aunque se tiene no se sabe valorar?
En la actualidad, en un
mundo globalizado, donde la superestructura neoliberal y capitalista, impera y
domina, resulta un verdadero desafío verter la atención, o conciencia
individual y social, en aquello que debe
ser valorado, admirado y no utilizado y desechado. Creo que la sociedad, a
nivel mundial, atraviesa una crisis, no sólo de tipo económica, educativa, de
salud, etc., sino cultural. Se puede ver que en muchas personas no hay lugar al
respeto, a la dignidad, a ver al prójimo como “otro yo”. Parece
como si se fuesen extinguiendo del pensamiento humano los conceptos de reconocimiento,
tolerancia, convivencia, colaboración, enriquecimiento mutuo, diversidad,
valoración, entre muchos otros. A veces la mercadotecnia y los medios de comunicación
masiva estimulan actitudes indiferentes, hedonistas y consumistas.
Muchas de estas
dificultades que se presentan de frente a la diversidad cultural, me parece,
más allá de ser causadas por un proceso de mal formación intelectual, se deben
en el fondo, a la poca capacidad que el hombre contemporáneo posee en sí para
dejarse fascinar por la riqueza de la
otredad, contenida en el núcleo más profundo de su ser. Evidentemente, se trata
de una riqueza extraordinaria que permanecerá oculta a aquél que no desarrolle
la habilidad necesaria para contemplar y compartir las ideas, valores,
creatividad, ideologías suyas con la otra cosa que no es él, pero si
análogamente idéntico.
Como conclusión, me parece que antes de
mirar a la diversidad cultural como algo que lleva en sí conceptos como pluralismo,
patrimonio común de la humanidad, integración y participación de todos, ha de ser
una ineludible tarea el formar una conciencia individual de las razones y los
porqués de la diversidad, es decir, antes de mirar fuera, mirar dentro. Sólo
desde ahí, desde una reflexión honda, se
podrá invertir en proyectos que reivindiquen al género humano y no se prostituya
el concepto de diversidad cultural para ganancia de unos cuantos.
Video:
http://www.youtube.com/watch?v=Fv_CQVlWozg
AUTOR: JOSÉ LUIS SAUCEDO M.